México, país el cual siempre tendrá y buscará ocasión para reír, es un bello país lleno de alegría y color donde las celebraciones no necesitan disculpa alguna, unas sonrisa siempre estará a flor de piel en cualquier gente con la que crucemos mirada o podamos motivar una correspondencia de amistad y cariño, país que es nuestra alegría el cual debe ser nuestra obligación de vida el conservarlo unido y lleno de vitalidad.
Uno de los personajes que siempre nos ha acompañado al través de nuestra historia ha sido aquel que nos provoca una sonrisa, ese ser que sabe con alegría mofarse de los dolores que nos afligen, aminorando su paso por nuestro pesar, aquel que logra hacer una exaltación de los regalos que nos da la vida, combinados con nuestros dolores y debilidades, haciéndolos humanamente aceptables. Ese personaje me atrevo a decir que desde las primeras manifestaciones del hombre ha estado a su lado, acompañándolo, haciendo ver en común una inmensa similitud al unirnos todos en la alegría de sentir las cosas y hacernos con ello agradecer nuestra frágil y común humanidad.
Ese momento nos acechará, si así lo deseamos, en muy distinta forma y con diverso disfraz. Con grán ingenio nos dejará pensando tanto una frase de humor negro como un simple y talentoso albur, que puede brincarnos en cualquier recuerdo o plática cotidiana.
Así esta felicidad que podemos descubrir agazapada en una frase o en larga conversación, haciéndonos memorable ese momento, mismo que podemos tener presente de por vida
En mi quehacer semanal deambulando por el fantástico mercado de la Lagunilla, mismo al que he asistido constantemente todos los domingos de mi vida, me llamó la atención el título de un librito delgado: La Risa en el Circo, Historia del Payaso Mexicano, del antropólogo mexicano Don Victor Inzua, mismo que he encontrado sumamente interesante e informativo sobre el tema anunciado. Es a tal grado completo su estudio que lo trasladaré a estas letras, siendo fuente de este artículo. Considero que la actitud cómica es inherente al hombre en toda la extensión de la palabra, ya que jugar con las gesticulaciones del rostro o dar movimiento tanto a las manos como al cuerpo son actitudes que pueden y deben de haber aparecido, como así lo mencionó, desde épocas prehistóricas. Con el nacimiento del lenguaje, nació el juego de palabras y éste será siempre inherente al ingenio e inteligencia tanto del humano que lo razona como de aquel que lo personifica.
Tanto en la antigua Grecia como en la época romana, encontramos la actuación de un personaje que denominamos como payaso, haciendo mofa de parodias, bufas de las epopeyas de los héroes, así como de los errores y fallas del hombre común en la vida diaria.
Virgilio relata los diálogos humorísticos sobre las costumbres populares en las fiestas de Ager. En la República, Platón menciona a los que “... Buscando la risa imitan el mugir de las reses y el piafar de las caballerías…” Recordemos las grandes producciones en los circos romanos, donde forzosamente debieron aparecer mimos y payasos para amenizar los entreactos tanto en el teatro como en los foros.
Para la Edad Media surgirá el Gran Juglar, personaje que además de ser experto en hacer con juegos y mimos el actuar de los otros, será crítico político y social. Incluso sus labores llegarán hasta actuar de celestinos entre aquellas parejas, cuyas dificultades tanto personales como casuísticas no les permiten la cercanía. Sus escritos y cantares estarán presentes en todos los tiempos y ámbitos, desde las poderosas cortes hasta en los populares, humildes teatros móviles por todas las calles del mundo; fungiendo como una pieza importante del humor, de las parodias de las debilidades humanas en la vida diaria, hasta una profunda crítica social y del ejercicio del poder mismo de los reyes, los invasores y los gobernantes, convirtiéndose inclusive en un termómetro social que medirá difíciles momentos de ebullición y descontento social.
Con respecto al circo en nuestro querido país, nos detallan las crónicas sobre las conquistas en diversos puntos de lo que posteriormente constituirá este gran México Nueva España, nos relata que en el mundo Maya, encontraron a Truhanes y bufones denominados “Bladzames”, cuyos bailes, remedos (parodias) y pantomimas alegraban tanto al pueblo como a la clase gobernante en todas las fiestas; juegos escénicos ligados profundamente al ceremonial religioso con sus danzantes y farsantes, tal como lo señalan los cronistas de la historia de Yucatán, Fray Diego de Landa y Fray Bernardino de Sahagún menciona en la Historia General de la Nueva España, que la palabra Tecucuecuechtli, es el nombre dado en tierras nahuas o aztecas al turhán o payaso motivador de risa.
Fray Diego Durán, en su obra Ritos y Fiestas de los Antiguos Mexicanos, menciona Texcoco, México y Tlacopán como los lugares en donde había escuelas de Danza y Mímica. Posteriormente en 1597, en su obra El Maravilloso Mundo del Circo, Don Juan Villarín García, se refiere a que Don Francisco León presentaba en su Casa de Comedias de la Nueva España “entremeses con mucha maestría, gusto, entretenimiento y alegría, dándole intervenciones humorísticas.”
La mezcla, en nuestro México, es fantástica, ya que los maromeros y diversos acróbatas se combinaban con los voladores, los que hoy hemos puesto el mote de “ Voladores de Papantla”, hombres enmascarados pendientes de una cuerda y curiosamente vestidos a la usanza europea, que curiosamente así aparecen en dos de los más importantes y descriptivos Biombos mexicanos: el de la Plaza Mayor, ubicado en el Museo de América en Madrid, y el llamado Boda de Indios y el Palo Volador, que se encuentra en el Museo LACMA de Los Ángeles. California, el cual fue descubierto en un palacio de la familia Real en Petrópolis, Brasil por mí mismo. En ambos casos al pie del palo volador hay un payaso cuya vestimenta nos recuerda más a un payaso europeo que a uno autóctono. En el Biombo llamado “Boda de Indios” ya mencionado del Museo LACMA se encuentran bailarines efectuando el baile con sonajas llamado “El Moctezuma“ donde todos ellos, con vestimenta totalmente diferente a la que hoy en forma hollywoodense, se nos presentan nuestros danzantes concheros.
México siempre tendrá y buscará la ocasión para la fiesta, en cada oportunidad saldrá a la calle a bailar y cantar. En su alegría llena de flores se ejercerá con gran ingenio y talento el albur en la plática cotidiana; en los múltiples teatros cómicos el ingenio podrá comentar todo tipo de momento o situación social de la vida diaria, tanto política como social. La fiesta brava, fiesta con 5000 años de tradición, felizmente arraigada tanto en los campos como en ciudades de todo nuestro México, este ancestral arte donde un hombre se enfrenta a un enorme y poderoso animal, realizándose así la más bella danza del hombre con la muerte. Fiesta llena de alegría, color, suspenso, y música, fiesta bulliciosa en la vida cotidiana de los mexicanos.
En el siglo XIX destaca el inolvidable Don Soledad Aycardo “Don Chole”, quien viajaba con su compañía por pueblos y barrios de nuestra ciudad haciendo graciosas representaciones moralistas y educadoras asistidas del ingenio de reírse de las cosas más sencillas de la vida; con títeres enanos, un indio a caballo, Hércules y juegos acrobáticos, llevaba sencillamente la alegría al pueblo.
El payaso más famoso de México durante más de 30 años fue el clown Ricardo Bell. Este, siguiendo su tradición familiar, llegó a México acompañado de sus hermanos en 1869, contratados por el Circo Chiarini, donde debutarán hasta 1883. Bell fue un hombre culto y bien educado, de gran calidad humana; se presentaba en vestido con lujosas medias de hilo de Escocia bajo un huácaro bombacho de lujosa seda, gola al cuello y un pequeño gorro en forma de picoreta; su cara enyesada con simulados lagrimones mismos que atravesaban su rostro en dos rayas negras colgando de sus párpados inferiores y, bajo un grueso mostachón rubio, un grueso rojo labio inferior; en la nariz llevaba dos pequeños círculos en punta. En sus actos sacaba música no sólo de diversos instrumentos los cuales tocaba con maestría -cómo el órgano chino, mandolinas, marimba, violín y guitarra -, como también lo hacía de su cafetera musical, botellas, cascabeles y cuanto objeto transformara en un instrumento musical en cual llegó a utilizar en forma chusca y cómica. Todo fonógrafo de su época, reprodujo los chistes de Ricardo Bell, grabados en gruesos discos de 78 revoluciones de la entonces recién descubierta baquelita, que sin lugar a dudas podríamos llamar el antecesor del vinilo de los discos High Fy y de muchos tipos de plástico, discos que fueron reproducidos en todos los rincones, tanto de México como de varios lugares de habla hispana, mismos que se llegaron por miles a vender por primera vez.
El famoso Clown Ricardo Bell llegó a ser gran amigo de nuestro presidente Porfirio Díaz, a quien conoció entablando gran amistad desde su llegada en 1869 a la ciudad de Oaxaca, donde Diaz era apenas capitán. Es siempre comentado que en sus actuaciones introducía por ello, un detalle político. Se decía que Don Porfirio los sugería para ser representados en sus actuaciones en la pista del circo, generalmente tocando los temas difíciles del momento, para que como él mismo decía, no adquirieron rango de ser sensacionalistas. Ricardo Bell es para México y por sus discos en muchos países de habla hispana, el gran personaje circense del Siglo XIX.
En el siglo XX, podemos mencionar algunos payasos (Gilberto del Castillo), quien trabajó en el Circo Cosmopolitan en 1898; Tay (Octavio Díaz), quien actuó desde 1905 hasta la entrada de la televisión en 1950; Miguelín (Andrés Atayde) quien, junto a su hermano y siguiendo la tradición, trabajó en la plaza de Toros de Mazatlán desde su fundación en 1888; Cara Sucia (Justino Maldonado) que trabajó de bobito desde 1925; Pirrín (Leonardo del Castillo); Bozo, quien disfrazado de Clown norteamericano se presentó en la televisión durante años, entre otros más. Palillo y Resortes, quienes manejaban albures blancos con destreza política, El gran Madaleno quien nos hizo reír no solo por sus ingeniosas traducciones del español al inglés y sus simpáticas puntadas, Borolas, hasta llegar a Beto el Boticario, Tin Tan, su hermano el Loco Valdez etc etc como se dice en ingles You name it!
Esta ilustre profesión merece un gran respeto y seguirá viva no sólo en la necesidad de los ingeniosos payasos que ingeniosamente actúan y divierten a su público en plazas de todo México y del mundo entero. Nunca olvidemos las carpas enormes de aquellos magníficos Circos entre ellos el gran Atayde, mismo que por generaciones no sorprendió con grandes actos acompañados de esos extrañados grandes elefantes, caballos y changuitos que por un desatino político se les condenó a una muerte de tristeza en el abandono pero que seguirán latentes en en el corazón de todos los que fuimos y seguiremos siendo niños.
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