
La palabra y el cosmos
"Tú eres el sol, tú eres la luna; tú eres el aire; tú eres el fuego; tú eres el agua, el éter y la tierra; tú eres el Yo. Así es como te describen, restringiendo tu naturaleza.Pero no sabemos de ningún principio o elemento que no seas Tú".
La palabra, ese maravilloso sonido, vínculo que nos une y nos separa, sonidos que nos comunican desde nuestro interior más profundo hacia afuera, logrando hacernos externos a nosotros y nuestros pensamientos; con ellas podemos penetrar al interior de personas ajenas y hasta desconocidas; realizarnos con ellos y en ellas, desarrollar conocimientos. El gran amor que al saber, que en griego se denomina Sophia, nos permite controlar a través de la palabra misma , de su significado y su significantes, el conocimiento de la sabiduría; nos permite avanzar en la ciencia; nos lleva de la mano por el camino del arte, el cual nos concede estar presentes ante el macrocosmos, alegrando, profundizando y ensanchando con esa unión, nuestro microcosmos. La interpretación que podemos dar a las palabras traducidas a otro lenguaje, nos permite viajar a donde éstas nos llevan, por la música cuyas deleitables melodías existen palpitante dentro de nosotros mismos, comunicando nuestro ser con la creación, con la alegría o la melancolía, con el universo mismo, con todo lo exterior a nuestro sentir, vivir y expresar, con aquello que nos rodea en todos los planos. La magia de la palabra nos permite nombrar el amor y sentirlo al momento de poder exteriorizarlo, al decirlo; a Dios, sus creaciones y sus infinitas regalos. Nos permite conocer todo y nombrarlo como para hacerlo una parte de nosotros, para poder apropiarnos de todo lo mencionable, incluso hasta para sentirnos con poderes sobre ello. Así, las palabras se tornan mágica, nos predicen, nos realizan; nos sitúa en el presente, nos transportan a momentos pasados, nos prometen un cambiante futuro.
Nos dicen la sagradas escrituras, en el génesis del viejo testamento, que el creador dijo “hágase la luz”, y de ese verbo, la luz se hizo; llamó al día, día; a las tinieblas, noche; nombró a la tierra y al agua, y en seis días todo lo visible e invisible. Todo lo podemos llamar El verbo mismo, el verbo creativo por excelencia, la acción pura; ya que Dios Es. Y así el Señor, diciendo tan sólo una palabra, la cual al interactuar como verbo creativo, se ejercitó, se realizó; con la acción de la palabra “hágase”, esta vibración materializó el cosmos, creó nuestro universo; con esta palabra se formaron las galaxias, los planetas, todas las lunas y los soles. Al sexto día, el Señor creó al hombre a imagen y semejanza suya, y a este hombre lo ha vuelto Dios y demonio, tan sólo a través de la palabra. ¡A ese gran hombre de semejanza divina!, pero tan débil que de su costado creo a la mujer, su compañera maravillosa, espejo, la realizadora de su amor.
El Nuevo testamento según San Juan dice: “El verbo era Dios“.